/ domingo 4 de agosto de 2024

En la Olimpiada de París, confusión de festejos

Gocé la apertura de las Olimpiadas de París, el 26 de julio, por televisión, como desde México 68. Me sorprendió leer algunas reacciones por supuesta “parodia de la Última Cena”, o “ataque a las bases culturales de Occidente”. De quienes asociaron la aparición de Baco (dios romano, o Dionisio, griego) y Drag Queens -en mesa de escenas festivas griegas-, con la obra de Leonardo da Vinci, pintada en Milán. O con la del pintor neerlandés, Van Bijlert, que representa boda de padres de Aquiles, adversario de París de Troya, en la mitología.

Para resolver la cuestión, es indispensable conocer qué tuvieron en mente los creadores de la ceremonia de apertura. El periódico Le Monde publicó de inmediato nota encabezando: Quand les autorités catholiques confondent le banquet de Bacchus avec le dernier repast du Christ lors de la cérémonie d´ouverture (“Cuando las autoridades católicas confunden el banquete de Baco con la última cena de Cristo durante la ceremonia de inauguración”). Francisco Thomas Jolly, director artístico de la ceremonia, explicó: “Era una representación de una antigua bacanal griega (...) una fiesta incontrolablemente promiscua, extravagante y ruidosa. Las fiestas honraron al dios del vino, Baco (el chico azul cubierto de vid de uva). También es conocido como Dionisio, el dios griego de la fertilidad, del vino y del placer… Y finalmente, no fue la muerte en un caballo pálido. Fue Sequana, diosa del Sena, el río en el que tuvo lugar la procesión del barco. Ella estaba destinada a ser la representación del espíritu olímpico y de Sequana”. Reforzó: “Era Dionisio quien llegaba a esa mesa. Esta ahí porque es dios de la fiesta (…) y el padre de Sequana (Sena), la diosa y personificación del río que cruza París”.

Unas confusiones derivan de la imagen del aura -halo- que porta la drag Philippe Katerine. Aura colgada a dioses griegos y romanos, desde Apolo; también a Buda. Preexistentes a Cristo. (Hablando de Drag Queens. Las mujeres no podían competir en los juegos olímpicos. Ni aparecer en obras teatrales, que por Dionisio se alzaron. Los papeles femeninos eran interpretados todos por hombres vestidos como mujeres; con máscaras escondían sus facciones masculinas. Hasta en los tiempos de Shakespeare enamorado. Nada nuevo).

La explicación del director artístico -difundida desde antes de la apertura-, me parece congruente y coherente con narrativa de la ceremonia. Tejieron estampas de la vida de París y del río Sena, desde sus orígenes, de personajes homéricos, con una visión de futuro incluyente. Negó puntual relación alguna con la Última Cena. Sin embargo, la explicación, o se ignora, o la han tomado unos como “disculpa”, y de paso condenan los juegos de París.

Como se sabe, Homero fue el gran protagonista de la literatura griega. “Todo el mundo en aquella época (de Alejandro) conocía la Ilíada y la Odisea. Quienes sabían leer habían aprendido a hacerlo leyendo a Homero en la escuela, y los demás habían escuchado contar de viva voz las aventuras de Aquiles y de Ulises. Desde Anatolia hasta las puertas de la India, en el mundo helenístico expandido y mestizo, ser griego dejó de ser un asunto de nacimiento o de genética; tenía mucho más que ver con amar los poemas homéricos. La cultura de los conquistadores macedonios se resumía en una especie de rasgos distintivos, que las poblaciones nativas estaban obligadas a adoptar si querían ascender: la lengua, el teatro, el gimnasio -donde los hombres se ejercitaban desnudos, para escándalo de los demás pueblos-, los juegos atléticos, el simposio -una forma refinada de reunirse para beber- y Homero” (“El infinito en un junco”, Irene Vallejo). Siglos después vino Roma, y otros más, el cristianismo.

Con mis hijos caminamos la rivera del Sena el verano del 2001 (Javier Arrigunaga, embajador en la OCDE, fue nuestro anfitrión con su familia). Después, en Milán, admiramos la obra de Leonardo. En Aviñón, de regreso a Madrid donde vivíamos, les recordé: por encima del sentido de pertenencia a una nación, clase social o partido político, está el sentir pertenecer al género humano. “Libertad, igualdad, fraternidad”, tiene ADN cristiano también, sin duda. Felicitaciones a los medallistas, sin apoyos oficiales. ¡Vivan los juegos olímpicos!

Analista político

@jalcants

Gocé la apertura de las Olimpiadas de París, el 26 de julio, por televisión, como desde México 68. Me sorprendió leer algunas reacciones por supuesta “parodia de la Última Cena”, o “ataque a las bases culturales de Occidente”. De quienes asociaron la aparición de Baco (dios romano, o Dionisio, griego) y Drag Queens -en mesa de escenas festivas griegas-, con la obra de Leonardo da Vinci, pintada en Milán. O con la del pintor neerlandés, Van Bijlert, que representa boda de padres de Aquiles, adversario de París de Troya, en la mitología.

Para resolver la cuestión, es indispensable conocer qué tuvieron en mente los creadores de la ceremonia de apertura. El periódico Le Monde publicó de inmediato nota encabezando: Quand les autorités catholiques confondent le banquet de Bacchus avec le dernier repast du Christ lors de la cérémonie d´ouverture (“Cuando las autoridades católicas confunden el banquete de Baco con la última cena de Cristo durante la ceremonia de inauguración”). Francisco Thomas Jolly, director artístico de la ceremonia, explicó: “Era una representación de una antigua bacanal griega (...) una fiesta incontrolablemente promiscua, extravagante y ruidosa. Las fiestas honraron al dios del vino, Baco (el chico azul cubierto de vid de uva). También es conocido como Dionisio, el dios griego de la fertilidad, del vino y del placer… Y finalmente, no fue la muerte en un caballo pálido. Fue Sequana, diosa del Sena, el río en el que tuvo lugar la procesión del barco. Ella estaba destinada a ser la representación del espíritu olímpico y de Sequana”. Reforzó: “Era Dionisio quien llegaba a esa mesa. Esta ahí porque es dios de la fiesta (…) y el padre de Sequana (Sena), la diosa y personificación del río que cruza París”.

Unas confusiones derivan de la imagen del aura -halo- que porta la drag Philippe Katerine. Aura colgada a dioses griegos y romanos, desde Apolo; también a Buda. Preexistentes a Cristo. (Hablando de Drag Queens. Las mujeres no podían competir en los juegos olímpicos. Ni aparecer en obras teatrales, que por Dionisio se alzaron. Los papeles femeninos eran interpretados todos por hombres vestidos como mujeres; con máscaras escondían sus facciones masculinas. Hasta en los tiempos de Shakespeare enamorado. Nada nuevo).

La explicación del director artístico -difundida desde antes de la apertura-, me parece congruente y coherente con narrativa de la ceremonia. Tejieron estampas de la vida de París y del río Sena, desde sus orígenes, de personajes homéricos, con una visión de futuro incluyente. Negó puntual relación alguna con la Última Cena. Sin embargo, la explicación, o se ignora, o la han tomado unos como “disculpa”, y de paso condenan los juegos de París.

Como se sabe, Homero fue el gran protagonista de la literatura griega. “Todo el mundo en aquella época (de Alejandro) conocía la Ilíada y la Odisea. Quienes sabían leer habían aprendido a hacerlo leyendo a Homero en la escuela, y los demás habían escuchado contar de viva voz las aventuras de Aquiles y de Ulises. Desde Anatolia hasta las puertas de la India, en el mundo helenístico expandido y mestizo, ser griego dejó de ser un asunto de nacimiento o de genética; tenía mucho más que ver con amar los poemas homéricos. La cultura de los conquistadores macedonios se resumía en una especie de rasgos distintivos, que las poblaciones nativas estaban obligadas a adoptar si querían ascender: la lengua, el teatro, el gimnasio -donde los hombres se ejercitaban desnudos, para escándalo de los demás pueblos-, los juegos atléticos, el simposio -una forma refinada de reunirse para beber- y Homero” (“El infinito en un junco”, Irene Vallejo). Siglos después vino Roma, y otros más, el cristianismo.

Con mis hijos caminamos la rivera del Sena el verano del 2001 (Javier Arrigunaga, embajador en la OCDE, fue nuestro anfitrión con su familia). Después, en Milán, admiramos la obra de Leonardo. En Aviñón, de regreso a Madrid donde vivíamos, les recordé: por encima del sentido de pertenencia a una nación, clase social o partido político, está el sentir pertenecer al género humano. “Libertad, igualdad, fraternidad”, tiene ADN cristiano también, sin duda. Felicitaciones a los medallistas, sin apoyos oficiales. ¡Vivan los juegos olímpicos!

Analista político

@jalcants