/ martes 15 de junio de 2021

Pobreza afectiva

Francisco Javier Zavala Ramírez

Los educadores compartimos con nuestros alumnos experiencias que van más allá de la apropiación de saberes académicos. Si el logro académico fuese el propósito superior del proceso educativo, como algunas corrientes lo han planteado, posiblemente los recursos o dispositivos tecnológicos serían la mejor elección para tal fin. La crisis de salud que nos amenaza nos ha enseñado entre otras cosas a reconocer la función insustituible de los maestros. Skinner ya había planteado incorporar a la educación máquinas de enseñanza, dispositivos que bajo los principios del Conductismo Operante, pretendían sustituir la figura del maestro y eficientar los aprendizajes escolares. Asumir la función docente tiene fundamentos psicopedagógicos de mayor trascendencia formativa, que las máquinas de enseñanza hoy llamados dispositivos digitales no satisfacen, ni cumplen.

La interacción humana propia del fenómeno educativo, enriquece el encuentro dialógico generado en el aula y en todos los espacios del ambiente escolar. Si bien es cierto que el aprendizaje escolar ocurre en un ente biológico, los educadores confirmamos que la pobreza alimentaria de nuestros niños, incide de manera sustantiva en los procesos cognitivos. El déficit alimentario de nuestra niñez, es una condición que observamos con sensible preocupación, el educando no es una máquina fría o un objeto pasivo inerte. Importante es incorporar en nuestra intervención pedagógica, no sólo el reconocimiento de la condición de pobreza alimentaria que padece nuestra niñez, además y con profunda preocupación identificamos una pobreza no dimensionada de manera plena: la POBREZA AFECTIVA DEL ESCOLAR.

Pensar que la educación habrá de preparar al niño para competir, es concebir una sociedad que lucha irracionalmente por ser superior al otro.

Los Maestros concebimos la educación como un proceso que humaniza a la persona, que cultiva su talento cognitivo con tanto cuidado y esmero como lo es la estructura psicoafectiva y valoral del educando.

La vocación del maestro es humanizar contraria a la otra aspiración de procurar el ser superior que me permita explotar al débil.

El dolor ante la pérdida, la pobreza alimentaria y afectiva presentes en nuestras comunidades educativas, son una innegable condición para ir al encuentro escolar con la clara conciencia de practicar la solidaridad, la empatía, el amor al prójimo como los valores que nos distinguen como especie en nuestra aldea global

Lic. Francisco Javier Zavala Ramírez

Titular de la Oficina de Enlace de la Secretaría de Educación Pública en el Estado de Gto.

fcozavalaramirez@gmail.com

Francisco Javier Zavala Ramírez

Los educadores compartimos con nuestros alumnos experiencias que van más allá de la apropiación de saberes académicos. Si el logro académico fuese el propósito superior del proceso educativo, como algunas corrientes lo han planteado, posiblemente los recursos o dispositivos tecnológicos serían la mejor elección para tal fin. La crisis de salud que nos amenaza nos ha enseñado entre otras cosas a reconocer la función insustituible de los maestros. Skinner ya había planteado incorporar a la educación máquinas de enseñanza, dispositivos que bajo los principios del Conductismo Operante, pretendían sustituir la figura del maestro y eficientar los aprendizajes escolares. Asumir la función docente tiene fundamentos psicopedagógicos de mayor trascendencia formativa, que las máquinas de enseñanza hoy llamados dispositivos digitales no satisfacen, ni cumplen.

La interacción humana propia del fenómeno educativo, enriquece el encuentro dialógico generado en el aula y en todos los espacios del ambiente escolar. Si bien es cierto que el aprendizaje escolar ocurre en un ente biológico, los educadores confirmamos que la pobreza alimentaria de nuestros niños, incide de manera sustantiva en los procesos cognitivos. El déficit alimentario de nuestra niñez, es una condición que observamos con sensible preocupación, el educando no es una máquina fría o un objeto pasivo inerte. Importante es incorporar en nuestra intervención pedagógica, no sólo el reconocimiento de la condición de pobreza alimentaria que padece nuestra niñez, además y con profunda preocupación identificamos una pobreza no dimensionada de manera plena: la POBREZA AFECTIVA DEL ESCOLAR.

Pensar que la educación habrá de preparar al niño para competir, es concebir una sociedad que lucha irracionalmente por ser superior al otro.

Los Maestros concebimos la educación como un proceso que humaniza a la persona, que cultiva su talento cognitivo con tanto cuidado y esmero como lo es la estructura psicoafectiva y valoral del educando.

La vocación del maestro es humanizar contraria a la otra aspiración de procurar el ser superior que me permita explotar al débil.

El dolor ante la pérdida, la pobreza alimentaria y afectiva presentes en nuestras comunidades educativas, son una innegable condición para ir al encuentro escolar con la clara conciencia de practicar la solidaridad, la empatía, el amor al prójimo como los valores que nos distinguen como especie en nuestra aldea global

Lic. Francisco Javier Zavala Ramírez

Titular de la Oficina de Enlace de la Secretaría de Educación Pública en el Estado de Gto.

fcozavalaramirez@gmail.com