Sueños y planes truncados de Gabriel Luna Ibarra

Tenía hambre de vivir la vida al máximo

Catalina Reyes | El Sol Del Bajío

  · domingo 6 de octubre de 2019

“Iba muy bien, lástima que estamos en México”, afirmó su padre. FOTO: JOSÉ GONZÁLEZ / EL SOL DEL BAJÍO

JUVENTINO ROSAS.- (OEM-Informex).- Gabriel Luna Ibarra era el joven perfecto: deportista, estudiante de excelencia, fanático de la lectura, estaba a punto de titularse de maestro de inglés, amiguero, adoraba a su hermana menor, le encantaba convivir con sus primos, travieso, le gustaba viajar, tomaba cursos de todo, tocaba tres instrumentos musicales.

Tenía hambre de vivir la vida al máximo

Me veo viajando por todo el mundo, trabajando desde casa, probando comidas nuevas, caminando mucho para llegar a selvas, tomando muchos aviones para llegar a distintos países. Me veo solo en cuartos de hotel y no necesariamente en una casa. Me veo caminando en selvas, escalando montañas, recorriendo maravillas del mundo. Gabriel Luna Ibarra

Así lo escribió en su libreta de apuntes el 2 de septiembre, apenas 26 días antes de que un ladrón le arrebatara sus pocas pertenencias y la vida cuando lo asaltó en la parada del camión afuera del Instituto Tecnológico de Celaya, el 28 de septiembre por la noche.

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“Ya planté un árbol”, ahora sólo me falta escribir un libro”, publicó en su Instagram junto a un árbol plantado por él, recostado sobre la tierra, el 4 de junio.

Devorador de libros, tenía más de 200

“Nació un 25 de junio. Fue nuestro primer hijo. El demostró ser muy inteligente: desde el kínder. Le gustaba mucho leer cuentos. Uno de sus favoritos era la dama y el vagabundo. Tenía alrededor de 200 libros en la casa.

“Cuando era chiquito, había un muchacho que nos hacía mandados en la casa. Tenía como 12 años. Gabriel era mucho menor. Pero el otro muchacho se ponía con él y le decía: ¿me lees un cuento? Él (Gabriel) le contaba los cuentos con base en los dibujos, porque todavía no sabía leer”, recordó su madre, Leticia Ibarra Cervantes, en entrevista exclusiva con El Sol del Bajío.

Era de los niños aplicados que en la escuela siempre obtenía 9 y 10 de calificación, desde el jardín de niños y recientemente, hasta la carrera. “Tengo diplomas desde el primero de primaria”, presume la señora.

Para leer, le gustaba de todo, pero sus preferidos eran los de misterio, incluso compraba colecciones completas de diferentes autores, aunque entre sus preferidos estaban Stephen King, Pablo Coelho.

“Unas vacaciones nos pidió que lo lleváramos a la librería y le compramos la colección completa de Narnia, 7 tomos”. Sus padres y él, quienes vivían en Cortázar, hicieron un viaje especial a Celaya para adquirir los libros. Y lo mismo hacían cada vez que Gabriel se los pedía.

También el compraron la colección completa de Harry Potter, “Bajo la misma estrella”, que después se filmó como película, y “Mil veces hasta siempre”, entre otros.

Apasionado del deporte

Gabriel Luna Ibarra también era un deportista consumado.

“Desde pequeños jugamos futbol en la primaria, él estuvo en la selección de Cortázar. Fuimos a un torneo con las Chivas del Guadalajara, él quería conocer a Osvaldo Sánchez, porque él era portero, pero no estaba, así que ahí conoció a Talavera, el suplente de Osvaldo”, recordó su hermano menor Joaquín, de 23 años, cuatro menor que Gabriel.

En la secundaria se cambió a voleibol. Estuvo en el equipo Borregos de Cortázar. Como jugador apoyaba a equipos de otras ciudades y estados, por lo que en esa época viajó a otros lugares. “Yo le preguntaba ¿Y te van a pagar? –interrogaba su madre. No, nada más lo del pasaje”. Lo que él quería era jugar.

En la Preparatoria Oficial de la UG en Celaya, donde estudió, y luego en el Instituto Tecnológico de Celaya, perteneció a las selecciones oficiales de voleibol.

A un lado del altar donde se han rezado los rosarios en la casa de su tía Norma Angélica Ibarra Cervantes, se colocó un “tendedero” de fotos del recuerdo de varios momentos felices de la vida de Gabriel Luna Ibarra.

Uno de ellos es una imagen donde está brincando, por lo menos medio metro sobre el piso, sobre la red de voleibol durante un partido.

Pero también era sensible. Otra imagen que conserva su familia es de hace dos años, cuando se realizó el encuentro nacional de Institutos Tecnológicos de todo el país, teniendo como sede el de Celaya.

Gabriel está llorando abrazado al hombro de su padre porque su equipo perdió; eran los anfitriones.

Medía 1.90 metros. Últimamente además acudía al gimnasio; era un hombrezote.

Desde ranchero hasta penitente

Las fotografías muestran a un joven muy alegre. En todas, está sonriendo. En la mayoría, está rodeado de sus primos, con quienes convivía mucho en Juventino Rosas. Pasaba mucho tiempo en la casa de tu tía Norma Angélica Ibarra.

Era travieso. Un día se puso bigote y sombrero de ranchero. En dos ocasiones, participó en las representaciones del Vía Crucis en Semana Santa, con todo y túnica.

En muchas, todavía aparece con los lentes de gran aumento que usó casi toda su vida, porque tenía miopía desde pequeño. Apenas iba a cumplir un año de que se había operado y se había quitado los lentes. Se veía guapo.

“Andaba realizado desde que se operó. Le levantó mucho la autoestima. Se sentía realizado desde que se quitó los lentes”, recuerda su tía Norma Angélica Ibarra.

También tocaba la guitarra acústica, la guitarra eléctrica y el ukelele.

Se la pasaba estudiando

Gabriel estudió diseño gráfico dos años en Cortázar, pero no terminó porque no se sintió a gusto. Fue cuando ingresó al Instituto Tecnológico de Celaya a estudiar Ingeniería Industrial, donde ya cursaba el noveno semestre.

Pero no era lo único que estudiaba. Desde pequeño, en el Colegio Alfonso Reyes, la escuela particular en donde cursó desde jardín de niños hasta secundaria, aprendió inglés básico. Pero él siguió estudiándolo hasta el último día.

Lo que no tenía planeado hacer, para completar el consejo mundialmente conocido, era tener hijos. Él tenía otros proyectos más ambiciosos. Aunque su mirada dijera otra cosa, porque en otra fotografía donde está cargando un bebé, la ternura de sus ojos al verlo era inocultable.

Sus padres fueron ayer al cuarto que rentaba en Celaya, a recoger sus cosas. Ahí su padre encontró los documentos con los cuales estaba haciendo los trámites para titularse como maestro de inglés.

“Estaba yendo los sábados a una escuela en Salamanca. Lo que él quería era dar clases de Inglés para mantener su carrera”, señala su padre.

Y no sólo eso, en la galería de fotos, hay una de él en el desierto en Perú, a donde fue hace tiempo a impartir clases de inglés.

Era miembro de la AIESEC, una organización global, sin fines de lucro, formada por jóvenes de entre 18 y 29 años de todo el mundo. Sus miembros están principalmente interesados en temas globales, interculturalidad, liderazgo y emprendimiento.

Como tal, traía a la casa de sus padres a estudiantes de otros países, como parte de los intercambios.

Evidentemente, Gabriel se veía viajando por todo el mundo.

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