/ miércoles 8 de mayo de 2024

El 5 de mayo en EE.UU. se vende mejor el mole de Carmen que los hot dogs del Tío Sam Columna: Historias del Estado Número 33. (Núm. 61)

“Preparar como Dios manda el mole poblano es la mayor herencia que me dejó mi madre”, dice Carmen muy orgullosa al mover con el cucharon los ingredientes que le faltaban a su platillo. “No importa qué tan lejos estemos de nuestra tierra, el sabor de México lo traemos a donde vayamos”, comentó Carmen al apagar por fin el fuego y comenzar a servir. Carmen es una migrante originaria de Puebla que radica en Washington y que, año con año, el 5 de mayo se reúne con un grupo de paisanos suyos para conmemorar “como Dios manda” una de las gestas heroicas más importantes de nuestro país. Al ver a Carmen preparar con tanto amor su delicioso mole poblano, constatamos que las personas que se movilizan y buscan crecer en otro lugar, no sólo llevan consigo sus sueños de trascender en otro país, también cargan con sus usos y costumbres, los cuales terminan arraigándose en los lugares donde crean su nuevo hogar.

Para nadie es un secreto que el 5 de mayo es una de las celebraciones más esperadas en la Unión Americana, no obstante a que se conmemora la batalla en Puebla y no el día de nuestra independencia como muchos americanos creen. Pero, ¿por qué tiene tanto éxito en Estados Unidos esta celebración? Según el New York Times esta tradición cobró notoriedad en la década de los años 60 gracias a que activistas mexico-americanos promovieron dicha batalla como un hecho histórico y de orgullo para todos los “latinos”. Es así que el 5 de mayo ha adquirido un significado propio para los estadounidenses, convirtiéndose en una oportunidad para reconocer la diversidad cultural y el legado de la comunidad latina en la Unión Americana.

Como hemos visto, las tradiciones que nuestros padres nos sembraron con orgullo son las raíces que nos mantienen arraigados a la tierra que nos vio nacer y, en muchos casos, que nos vio partir. Esta identidad es la que los migrantes dejan como huella en su camino hasta llegar a su destino, y la que trasciende con el tiempo hasta ser adoptada por los países de acogida. En el caso de nuestros paisanos que buscan el “sueño americano”, es imposible que no influyan en el ánimo de las ciudades donde han fincado su nuevo hogar a tal grado de ver nuestro folklore en un par de tenis Nike, un pozole en el menú de algún restaurante de Los Ángeles, o la festividad con la que envolvemos todo, incluso a la misma muerte, en su tradicional Halloween pero con el disfraz de una hermosa catrina.

Algunos sociólogos dicen que nuestra cultura está más viva en Estados Unidos que, incluso, en México. Quizás se deba a que la nostalgia aflora mucho más a la distancia. Lo cierto es que nuestras tradiciones siguen en las nuevas generaciones de estadounidenses con ascendencia mexicana y es porque se alimentan del orgullo que les inculcan sus padres. En el libro Los mexicanos en Estados Unidos de Roger Díaz de Cossío, se destaca que esta identidad “se ha mantenido y reforzado porque encuentran consuelo y dignidad en sus costumbres”. En otras palabras, al vivir sus tradiciones los migrantes se vuelven a sentir como en casa. La libertad, para realizarse, debe bajar a la tierra y encarnar entre los hombres. No le hacen falta alas sino raíces, escribió Octavio Paz. Seguramente el gran poeta mexicano se refería a que los migrantes son la extensión de nuestras raíces y crecen fértiles en cualquier tierra que pisen.

Mientras tanto, la kermés organizada por este grupo de poblanos para conmemorar el 5 de mayo fue todo un éxito y el mole de Carmen fue la gran sensación entre latinos y, sobre todo, entre estadounidenses. Hoy, parte de nuestras tradiciones son también ya de los norteamericanos y, así como influyen en la economía, la cultura y la vida cotidiana de nuestros vecinos del norte, esperemos que el Tío Sam no sólo pida otro plato de mole y mejor les reconozca a los mexicanos su valía y los dignifique.


Dr. Juan Hernández

Analista de temas de migración

Facebook: @Juan Hernandez

Twitter: @JuanHernandezS

Instagram: dr.juanhernandez



“Preparar como Dios manda el mole poblano es la mayor herencia que me dejó mi madre”, dice Carmen muy orgullosa al mover con el cucharon los ingredientes que le faltaban a su platillo. “No importa qué tan lejos estemos de nuestra tierra, el sabor de México lo traemos a donde vayamos”, comentó Carmen al apagar por fin el fuego y comenzar a servir. Carmen es una migrante originaria de Puebla que radica en Washington y que, año con año, el 5 de mayo se reúne con un grupo de paisanos suyos para conmemorar “como Dios manda” una de las gestas heroicas más importantes de nuestro país. Al ver a Carmen preparar con tanto amor su delicioso mole poblano, constatamos que las personas que se movilizan y buscan crecer en otro lugar, no sólo llevan consigo sus sueños de trascender en otro país, también cargan con sus usos y costumbres, los cuales terminan arraigándose en los lugares donde crean su nuevo hogar.

Para nadie es un secreto que el 5 de mayo es una de las celebraciones más esperadas en la Unión Americana, no obstante a que se conmemora la batalla en Puebla y no el día de nuestra independencia como muchos americanos creen. Pero, ¿por qué tiene tanto éxito en Estados Unidos esta celebración? Según el New York Times esta tradición cobró notoriedad en la década de los años 60 gracias a que activistas mexico-americanos promovieron dicha batalla como un hecho histórico y de orgullo para todos los “latinos”. Es así que el 5 de mayo ha adquirido un significado propio para los estadounidenses, convirtiéndose en una oportunidad para reconocer la diversidad cultural y el legado de la comunidad latina en la Unión Americana.

Como hemos visto, las tradiciones que nuestros padres nos sembraron con orgullo son las raíces que nos mantienen arraigados a la tierra que nos vio nacer y, en muchos casos, que nos vio partir. Esta identidad es la que los migrantes dejan como huella en su camino hasta llegar a su destino, y la que trasciende con el tiempo hasta ser adoptada por los países de acogida. En el caso de nuestros paisanos que buscan el “sueño americano”, es imposible que no influyan en el ánimo de las ciudades donde han fincado su nuevo hogar a tal grado de ver nuestro folklore en un par de tenis Nike, un pozole en el menú de algún restaurante de Los Ángeles, o la festividad con la que envolvemos todo, incluso a la misma muerte, en su tradicional Halloween pero con el disfraz de una hermosa catrina.

Algunos sociólogos dicen que nuestra cultura está más viva en Estados Unidos que, incluso, en México. Quizás se deba a que la nostalgia aflora mucho más a la distancia. Lo cierto es que nuestras tradiciones siguen en las nuevas generaciones de estadounidenses con ascendencia mexicana y es porque se alimentan del orgullo que les inculcan sus padres. En el libro Los mexicanos en Estados Unidos de Roger Díaz de Cossío, se destaca que esta identidad “se ha mantenido y reforzado porque encuentran consuelo y dignidad en sus costumbres”. En otras palabras, al vivir sus tradiciones los migrantes se vuelven a sentir como en casa. La libertad, para realizarse, debe bajar a la tierra y encarnar entre los hombres. No le hacen falta alas sino raíces, escribió Octavio Paz. Seguramente el gran poeta mexicano se refería a que los migrantes son la extensión de nuestras raíces y crecen fértiles en cualquier tierra que pisen.

Mientras tanto, la kermés organizada por este grupo de poblanos para conmemorar el 5 de mayo fue todo un éxito y el mole de Carmen fue la gran sensación entre latinos y, sobre todo, entre estadounidenses. Hoy, parte de nuestras tradiciones son también ya de los norteamericanos y, así como influyen en la economía, la cultura y la vida cotidiana de nuestros vecinos del norte, esperemos que el Tío Sam no sólo pida otro plato de mole y mejor les reconozca a los mexicanos su valía y los dignifique.


Dr. Juan Hernández

Analista de temas de migración

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