/ jueves 2 de julio de 2020

“Yo ahí me rehabilité”: Juan

Así era la casa donde fueron asesinadas 26 personas

IRAPUATO, Gto. (OEM-Informex). En el lugar del ataque sólo quedaron Boris y Milo, dos perritos blancos que ahora descansan en el amplio patio de la casa que funcionaba como anexo y que durante la noche anterior se llenó de peritos, de policías y de militares que levantaron toda evidencia que les permitiera obtener indicios para esclarecer el multihomicidio que ahí se perpetró y que cobró la vida de 26 personas.


De las 13 casas que hay en las calles Lerdo y Guanajuato, de la comunidad de Arandas, nadie sale. Dice doña Marcela Juárez que les asusta a sus vecinos ver tanto a hombre con armas; se refiere a los policías ministeriales que resguardan la finca; ella, cuenta, salió a llevarles de comer a Boris y a Milo, pues supo que las diligencias en el lugar durarán varios días y nadie ajeno al caso podrá entrar a la zona del crimen.

“Yo sí sabía que era anexo, pero no pensé que lo fueran a atacar. Los muchachos no hacían relajo. El único relajo que se hacía era cuando llegaba uno nuevo. Se oían canciones, rezaban, a veces sí, alguno gritaba, como que alucinaban de tanta droga que todavía tenían en su cuerpo, pero nada que nos preocupara”, dice doña Marcela.

La casa tenía desde febrero de 2019 funcionando como anexo, pero desde septiembre es cuando empezó a tener a más jóvenes internados, según recuerda Raúl, el velador de la comunidad; había de todo, dice: adultos, jóvenes, menores de edad, hombres y mujeres.

“El lugar funcionaba bien, hace poquito se veían patrullas que venían al lugar, de hecho, sí tenían su calcomanía que les dio el gobierno para estar registrados, por eso todos pensábamos que estaban bien”, dice el velador, quien contó que nunca había visto una cámara de video profesional como la que traían los corresponsales de medios internacionales que llegaron hasta Arandas, para dar seguimiento de esta masacre que se conoció en varias partes del mundo y a quienes dio entrevista.

Abajo, donde terapeaban los padrinos

El terreno de la casa de dos pisos que funcionaba como anexo mide poco más de 200 metros cuadrados, pero de construcción no sobrepasaba los 100 metros cuadrados.

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En la planta baja, los internos de ese anexo lo usaban para escuchar las terapias que les daban personas que servían como testimonio para decirles que la droga y el alcohol no eran los mejores caminos a seguir.

Juan Navarro estuvo anexado cuatro meses en ese lugar. Dice que está limpio y de vez en vez iba a visitarlos, para seguir escuchando a los “padrinos terapear” y cuenta cómo era vivir en esa casa.

“En la parte de abajo lo usábamos para comer y era donde terapeaban los padrinos; arriba era donde dormíamos. Nos dividíamos entre hombres y mujeres y yo siempre vi respeto, la carrilla común que luego alguien no aguanta, pero no pasaba de ahí, de unos empujoncillos.

“Abajo comíamos, abajo rezábamos, abajo bailábamos. Arriba nomás era para descansar”, dice Juan, quien en marzo de 2020 cumplió su internamiento.

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Juan nunca vio nada raro. Juan, incluso, quería volverse “padrino”, que es como se le conocen a las personas que comparten su testimonio de vida, para decir que si ellos superaron las adicciones, los demás también pueden hacerlo; incluso, la meta de vida de Juan era poner un anexo como el de “Buscando el camino a mi recuperación”, de donde él salió rehabilitado.

En el segundo piso fue la masacre

Martha Patricia vive a dos casas del anexo. Ella vio a cuatro hombres que colocaron una escalera, se brincaron al anexo y luego abrieron la puerta. Luego vio a cuatro muchachas salir del anexo y después escuchó más de 60 disparos.

En el segundo piso fue la masacre. A todos los hombres les ordenaron que se pusieran boca abajo y en fila india, uno a uno fue acribillado, según los informes oficiales.

Las calles Lerdo y Guanajuato hay más zozobra que lodo. Los habitantes temen que los agresores pudieran regresar, a pesar de que en la casa no hay nadie más que Milo y Boris.

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También lo único que queda son las sandalias de alguien, un calzoncillo azul marino colgado en la ventana, unas sillas y tres guayabas mordidas en la escalera. También unos tres metros de cinta amarilla, la que usaron para acordonar el área del crimen.

¿El móvil? Nadie lo sabe aún, pero de acuerdo con el alcalde de Irapuato, Ricardo Ortiz Gutiérrez, podría ser por la guerra que mantienen los grupos delincuenciales en el estado y que derivado de ello han atacado seis anexos desde diciembre de 2019, con saldo de 18 personas aún desaparecidas, 38 asesinadas y seis viviendas abandonadas.

IRAPUATO, Gto. (OEM-Informex). En el lugar del ataque sólo quedaron Boris y Milo, dos perritos blancos que ahora descansan en el amplio patio de la casa que funcionaba como anexo y que durante la noche anterior se llenó de peritos, de policías y de militares que levantaron toda evidencia que les permitiera obtener indicios para esclarecer el multihomicidio que ahí se perpetró y que cobró la vida de 26 personas.


De las 13 casas que hay en las calles Lerdo y Guanajuato, de la comunidad de Arandas, nadie sale. Dice doña Marcela Juárez que les asusta a sus vecinos ver tanto a hombre con armas; se refiere a los policías ministeriales que resguardan la finca; ella, cuenta, salió a llevarles de comer a Boris y a Milo, pues supo que las diligencias en el lugar durarán varios días y nadie ajeno al caso podrá entrar a la zona del crimen.

“Yo sí sabía que era anexo, pero no pensé que lo fueran a atacar. Los muchachos no hacían relajo. El único relajo que se hacía era cuando llegaba uno nuevo. Se oían canciones, rezaban, a veces sí, alguno gritaba, como que alucinaban de tanta droga que todavía tenían en su cuerpo, pero nada que nos preocupara”, dice doña Marcela.

La casa tenía desde febrero de 2019 funcionando como anexo, pero desde septiembre es cuando empezó a tener a más jóvenes internados, según recuerda Raúl, el velador de la comunidad; había de todo, dice: adultos, jóvenes, menores de edad, hombres y mujeres.

“El lugar funcionaba bien, hace poquito se veían patrullas que venían al lugar, de hecho, sí tenían su calcomanía que les dio el gobierno para estar registrados, por eso todos pensábamos que estaban bien”, dice el velador, quien contó que nunca había visto una cámara de video profesional como la que traían los corresponsales de medios internacionales que llegaron hasta Arandas, para dar seguimiento de esta masacre que se conoció en varias partes del mundo y a quienes dio entrevista.

Abajo, donde terapeaban los padrinos

El terreno de la casa de dos pisos que funcionaba como anexo mide poco más de 200 metros cuadrados, pero de construcción no sobrepasaba los 100 metros cuadrados.

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En la planta baja, los internos de ese anexo lo usaban para escuchar las terapias que les daban personas que servían como testimonio para decirles que la droga y el alcohol no eran los mejores caminos a seguir.

Juan Navarro estuvo anexado cuatro meses en ese lugar. Dice que está limpio y de vez en vez iba a visitarlos, para seguir escuchando a los “padrinos terapear” y cuenta cómo era vivir en esa casa.

“En la parte de abajo lo usábamos para comer y era donde terapeaban los padrinos; arriba era donde dormíamos. Nos dividíamos entre hombres y mujeres y yo siempre vi respeto, la carrilla común que luego alguien no aguanta, pero no pasaba de ahí, de unos empujoncillos.

“Abajo comíamos, abajo rezábamos, abajo bailábamos. Arriba nomás era para descansar”, dice Juan, quien en marzo de 2020 cumplió su internamiento.

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Juan nunca vio nada raro. Juan, incluso, quería volverse “padrino”, que es como se le conocen a las personas que comparten su testimonio de vida, para decir que si ellos superaron las adicciones, los demás también pueden hacerlo; incluso, la meta de vida de Juan era poner un anexo como el de “Buscando el camino a mi recuperación”, de donde él salió rehabilitado.

En el segundo piso fue la masacre

Martha Patricia vive a dos casas del anexo. Ella vio a cuatro hombres que colocaron una escalera, se brincaron al anexo y luego abrieron la puerta. Luego vio a cuatro muchachas salir del anexo y después escuchó más de 60 disparos.

En el segundo piso fue la masacre. A todos los hombres les ordenaron que se pusieran boca abajo y en fila india, uno a uno fue acribillado, según los informes oficiales.

Las calles Lerdo y Guanajuato hay más zozobra que lodo. Los habitantes temen que los agresores pudieran regresar, a pesar de que en la casa no hay nadie más que Milo y Boris.

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También lo único que queda son las sandalias de alguien, un calzoncillo azul marino colgado en la ventana, unas sillas y tres guayabas mordidas en la escalera. También unos tres metros de cinta amarilla, la que usaron para acordonar el área del crimen.

¿El móvil? Nadie lo sabe aún, pero de acuerdo con el alcalde de Irapuato, Ricardo Ortiz Gutiérrez, podría ser por la guerra que mantienen los grupos delincuenciales en el estado y que derivado de ello han atacado seis anexos desde diciembre de 2019, con saldo de 18 personas aún desaparecidas, 38 asesinadas y seis viviendas abandonadas.

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